Es curioso cómo un simple día de playa puede depararte tantos pensamientos...
Coges
un día cualquiera y decides ir a pasarlo a la playa. La compañía es
perfecta, te encuentras rodeada de unos buenos amigos y de gente que no
conoces de nada, pero mientras que va trascurriendo el día, los sientes
ya cercanos a ti. Pasas en definitiva un día agradable.
La
playa es fabulosa para relajarte porque no tienes nada que hacer
realmente, sólo dedicarte a ti misma y ver pasar el tiempo. Puedes
ocuparte de observar y disfrutar pero tienes muy claro, que a todo menos
que a pensar. Ya eso lo haces a diario y hoy es día de dejar la mente en
blanco y dejarte llevar. Intentas alejar de ti todos los pensamientos y
prejuicios que te acompañan en el día a día y a veces te incomodan.
Es
bonito estar sin hacer nada, se trata de un día relajante en el que
sólo te tienes que preocupar de disfrutar del momento, de comer, de
bañarte, de pasear, de reír, de charlar. Todo lo demás se evapora. Las
preocupaciones del día a día se logran ver tan lejanas... que hasta
llegan a parecerte que pertenecen a otra persona ...
Está
visto que en mi caso ni ese momento de descanso mental tengo. Para mí
estar ahí conlleva ser consciente de toda esta realidad.
Ayer, mientras que dejaba mi mente en blanco para no pensar en nada... me puse a meditar sobre el concepto del tiempo.
El
concepto del tiempo es muy relativo y engañoso. Me gustan las cosas
relativas. No saber en un instante determinado lo que te va a terminar
sucediendo y que todo, según la perspectiva con la que la enfoquemos, se
puede ver de una manera o de otra... es algo siempre a la vez perturbador
y excitante.
El tiempo en un día de playa transcurre sin
alteraciones, más bien lento. Es así, es un fluir de instantes que
avanza de manera inexorable y sin nada que podamos hacer para modificar
su habitual curso en nuestras vidas. Se va desplegando ante ti y tiene
el maravilloso poder de modificar tu percepción. Experimentar, que un
eterno momento fascinante ha durado tan sólo un segundo, y en cambio,
otro momento desesperado, horas interminables.
Cuando
somos adultos todo pasa y acontece con una inmensa rapidez. No nos damos
cuenta del paso de las horas y de los años. Cuando nos paramos a pensar
por un segundo en todo lo que nos ha pasado, nos sentimos atrapados por
la velocidad del paso del tiempo. Nos sentimos hasta agobiados porque
tenemos la impresión y la absoluta certeza que no hemos aprovechado lo
que nos ofrece la vida en todo su apogeo.
En cambio todo
era diferente cuando éramos niños. Recuerdo esas horas interminables, en
las que te daba tiempo a disfrutar de todo. Unas simples vacaciones
eran tan largas e interminables como un día de colegio. El tiempo
transcurría lento, pausado porque no teníamos conciencia del tiempo que
se nos iba.
Para el ser humano el tiempo es decisivo e
importante. Lo medimos todo a través de ese concepto de tiempo. Un mismo
instante para una persona puede presentarse eterno y para otros muchos
ser fugaz. La frase típica que siempre escuchamos de "tiempo al tiempo" o
"todo es cuestión de tiempo", hace que nos relajemos y seamos capaces
de por unos segundos pensar que la vida puede ser eterna y que
disponemos de todo el tiempo del mundo para ser o hacer lo que queramos,
lo que nos de la gana.
Pero ya he mencionado que el
tiempo es engañoso. Y se trata de una noción errónea. La vida y las
experiencias nos recuerdan continuamente que tan sólo disponemos del día
de hoy, ni siquiera del día completo, sino sólo de este mismo instante
en el que me encuentro escribiendo estas líneas. Todo lo demás no
existe, no podemos contar con ello.