domingo, 16 de abril de 2017

Ruta 11

Doce y media de la noche.


Salir, deambular sin ningún propósito...


Simplemente andar, observar conscientes el mundo que nos rodea arrastrados por un impulso no visceral de ansiar lo que no se posee.  Ser seducidos por un lugar donde las palabras sólo sean intercambios de letras, ideas y pensamientos sin doble intención ni ningún fin por alcanzar. Emplear el lenguaje sin que por ello tengamos que explicar el sentido de ese maldito por qué. Apostar por algo tan sencillo como escuchar, sin  añadir nada más... Donde miles de palabras se terminen perdiendo, debilitándose hasta que no quede más que silencio. Silencio que nos haga sentir agradecidos, donde puedan tener cabida ingenuos gestos mucho más sólidos que las palabras...


Cada pisada, cada movimiento hacia delante, permite que la mente se expanda, se libere en diminutos fragmentos envueltos en vida y necesidad de cambios, convirtiendo el miedo en algo irreal...


Vivimos entre murallas, con la sensación tóxica en el pecho de querer mantenerlo todo siempre controlado. Somos reacios a desarrollar una vida plena de incertidumbre, de posibilidades, sin saber bien  dónde agarrarnos o cuál podrá ser nuestro próximo destino. Interpretamos el mundo como algo hostil, donde nos sentimos prisioneros de una idea preconcebida absurda de que todo está predestinado.


Vivimos pero no vivimos, sólo nos limitamos a ver pasar unos días sin tomar partido alguno y sin implicarnos en casi nada. Allí donde se posa la mirada, radica el sufrimiento. Sufrimiento con cara de amigo, de un amor de verano, de un familiar, de alguien, un desconocido, que aún desconocemos el rastro que dejará sobre nosotros...


Vivimos con desconfianza, absortos en una pantalla donde retransmiten desasosiegos, culpas y remordimientos por causa de una pena que no nos pertenece, que no deberíamos sobrellevar.


Vivimos sin sentir casi absolutamente nada, ataviados con una horrible coraza donde los golpes de la vida repercuten menos y afectan a otras personas. Rodeados de hipocresía, donde prevalece una bonita y simple mentira que no profundiza, que sólo termina anestesiando el alma.


Vivimos...
jugamos a que vivimos...
todo el tiempo parece que vivimos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario