martes, 5 de mayo de 2015

La terminal...

El taxi me dejó delante de la puerta principal de la estación. Las dos menos cuarto de la madrugada, señalaba en esos instantes mi reloj. El taxista, con una leve inclinación de cabeza, antes de subir la ventanilla y marcharse, me regaló dos palabras en un tono que no dejaba duda a la más mínima interpretación..."buena suerte". Su tono fue de una inmensa lástima. Sin girarme siquiera ni por educación, continué mi camino hacia el interior. Era una noche fría. 

Dentro comencé a sentir calor. Filas de personas hacían cola ante las que parecían ser las dos únicas ventanillas disponibles en toda la terminal. Se ve que nadie esperaba este alboroto de gente. Los que estaban allí ninguno miraban al frente, todos retorcían sus manos con gestos de preocupación y de miedo. Observando sus caras, fui consciente que estaba en el sitio adecuado. 

Por primera vez en mi vida me alegré de haber sido previsora. Yo tenía ya conmigo mi billete. Hacía semanas que me había decidido a actuar. A pesar de las inmensas dudas normales, sabía lo que tenía que hacer. 

Evitando el tumulto de personas que se agolpaban por todas partes, fui despacito abriéndome paso hasta un banco que se encontraba un poco más retirado de toda la afluencia de gente que me rodeaba en aquel extraño sitio. Allí tomé asiento y traté de tranquilizarme.

Busqué mi billete en el macuto que traía conmigo. Me costó algo de tiempo localizarlo porque aunque no llevaba muchas pertenencias, todas se amontonaban en un espacio muy reducido. Al final lo logré encontrar entre un libro y un cuaderno. Lo saqué. Nunca había visto un impreso semejante. Era del tamaño de una cuartilla y estaba abarrotado de letras por todos lados. Pensé que debía ser la única que era capaz de haberlo leído. Las letras se agolpaban sin dejar siquiera un espacio libre en los márgenes. Había tal cantidad de información que dejar clara, que apenas cabía todo en la propia cuartilla. Me la sabía ya de memoria.

Se trataba de un billete distinto a cualquiera que había tenido alguna vez entre mis manos. Líneas y más líneas me prometían lo que andaba buscando... una vida con cero sufrimientos, con cero vivencias...una vida de deleite, de no pensar, de no tener que hacer ni decidir nada.

Este tren pasaba sólo una vez al año, de ahí la cantidad de personas que esperaban ansiosas. Era un billete sólo de ida... la vuelta era todo un misterio. Era consciente que las pocas personas que conocía o de las que había escuchado hablar que se habían atrevido a aventurarse en este viaje, nunca las había vuelto a ver o a saber de ellas. Sus allegados contaban sobre ellos miles de historias con diferentes finales. Circulaban relatos que ahora eran felices. Llegaban hasta nuestros oídos rumores de un chaval del pueblo que se había marchado hacía dos años, que había sido visto tras la ventanilla en el mismo asiento del mismo vagón un tiempo después. Contaban que tenía la mirada ausente pero una gran sonrisa tonta en los labios. Todo el barrio desde entonces lo admiraba porque nunca antes había sido capaz de reir.

El ruido de la locomotora anunciando su llegada de repente me trajo de vuelta a la realidad. Con un pitido intermitente se empezaron a abrir las puertas de cada vagón. Muchas personas estaban acompañadas de sus respectivos familiares en los andenes y con un largo abrazo se despedían. 

Lo último que recuerdo fue que pensé en una de las múltiples cláusulas..."De ti depende que sea un viaje de vuelta o tan sólo de ida".

Me permití una única vez mirar hacia atrás antes de comenzar a subir. Allí dejaba mi antigua vida. Una vida real, con sus más y sus menos, con sus alegrías, pero también con sus penas... Yo ahora no quería sentir ya nada. 

En la entrada del vagón, como simple recibimiento, colgaba un enorme cartel luminoso que mostraba lo que me depararía mi nuevo destino... en él se podía leer..."bienvenido al tren del olvido"...

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