Abro la ventana. Al instante, una ráfaga de viento me acaricia el rostro. Cierro los ojos y por primera vez en días siento que todo puede ser diferente. Mis sentidos se agudizan. Todo mi cuerpo responde a esa ilusoria y mágica palabra llamada "vida".
Como si mi espíritu se elevara, imagino con una sonrisa en la cara lo que podría estar ocurriendo al otro lado del mundo, donde no me puede cobijar la soledad de este cuarto. Me vienen a la cabeza miles de escenarios felices; historias que pueden estar pasando en este mismo momento, sueños que se deben estar cumpliendo, risas, instantes de magnífica complicidad...
Mi cuerpo se inclina hasta ponerse de puntillas anticipándose a vivir todo aquello que me deparará el día al otro lado de esta muralla. Aprieto fuerte los ojos e imagino... imagino sentir el sol en mi piel, tumbarme oyendo los sonidos que representan a mi alrededor que todo está en constante cambio y movimiento, observar las sonrisas en las caras de las personas con las que me cruzo, disfrutar de los segundos... necesito sentirme parte del mundo...
En un último segundo, abro por fin mis ojos volviendo a la realidad en un temerario acto de valentía.
La calle está desierta. Sólo el ruido ensordecedor de una moto que se aproxima en la distancia a una velocidad de vértigo termina aniquilando de golpe todas mis ilusiones perdidas, contaminando el ambiente enrarecido de un simple dia de inminente lluvia.
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