martes, 17 de diciembre de 2013

Encuentros...

Pongamos que su nombre es Iván y que la vida quiso que coincidiéramos en una librería.

Iván es un chico maravilloso de facciones delicadas, acento del norte, expresivo, culto, con ganas de exponerme sus ideas.

Concibe la vida como desengaño, insatisfacción... se enfrenta a las situaciones como un hombre solo, con una carga emocional constante. Su punto de mira está centrado en el pasado...vive sumergido en su memoria, siendo el ayer lo que más le motiva. Un pasado lejano en su día triste e igual de cruel que su presente, pero que visto con la perspectiva que otorga el tiempo, se le antoja un pretérito feliz y añorado. Ese pasado se convierte en lugar de recogimiento donde proyectarse cada vez que el instante presente se le muestra vacío y sin ilusión. Sólo el recuerdo de su infancia parece que le hace sonreír, cuando los problemas eran cuentos chinos que sólo le afectaban a todos menos a uno, cuando la ausencia de ellos era el síntoma de la completa felicidad. Una época sin responsabilidades, sin la conciencia tan aterradora que cae sobre uno mismo del fluir del tiempo...

En esa fase dichosa remota todo estaba por venir, sus sueños eran sus referentes, se agarraba a cosas milagrosas que tenían que llegarle algún día... porque así lo decían sus padres, sus amigos. "Todos seremos alguien". Todo lo bonito estaba en algún lugar de cierta esquina listo para ser del primero que luchara por ello. Tenía ilusión, esperanza... Le quedaba toda la vida por delante para pensar en ello. Ese momento no era para preocuparse por nada, era solamente para disfrutar.

Iván asemeja la juventud con la alegría y la vejez con la desesperación más absoluta. La existencia sólo es ese enemigo que de su mano nos va acercando cada día más a la temida madurez y a todo lo que desencadena ser una persona adulta. Ya de la madurez a la vejez hay un solo paso. De ahí que el futuro para él sea gris, anodino, sombrío. Sólo le trae a la mente aflicción... desconsuelo por ya no ser un niño, por estar cada vez más cerca de la muerte...

Se empeña en disfrutar del momento presente porque huye mentalmente del concepto de mañana. Se niega a pensar en que habrá un porvenir... ¿para qué? ¿para quién?. Absorbe cada minuto de su tiempo en ese presente que le guste más o menos, es lo único seguro que tiene. 

Horas después en mi casa pienso en Iván, en nuestro encuentro, en su conversación. Pienso en todas las cosas que no le he dicho y que le pienso decir en ese "futuro" que él tanto aborrece. Le diré que él y yo no somos en el fondo tan diferentes. Que igual que él se pierde demasiado en la alegría del pasado y en el temor ante un futuro incierto, yo vivo sin absorber cada gota al presente. Le propondré que entre él y yo podemos crear algo bueno... que con su felicidad de años pasados y con mi alegría porque todo sea mejor... no habrá situación que se nos resista. Le contaré que mezclando su sensación de experimentar ser una persona mayor y mi creencia de que aún soy una niña... podemos obtener la persona equilibrada y perfecta. Le pediré que no sufra por lo que ya se fue o por lo que nos deparará la vida, porque el futuro llegará un día que será nuestro presente y él lidia bien con esos instantes actuales.

Quiero registrar aquí sus palabras de despedida..."Si mañana me ves por ahí y notas que no soy el mismo, por favor M. no te sientas mal ni te lo tomes como algo personal... será culpa del devenir del tiempo que a todos nos cambia y nos hace otros, y mi "yo" actual ya nunca será el mismo "yo" que has conocido". 

Tras escucharlo, le sonreí mientras miraba los libros que había comprado. Uno era de Karmelo Iribarren, el último de Roger Wolfe y de Palahniuk.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Damon...

Damon se sentía solo. Tras la ventana de su angosta habitación sólo se vislumbraban personajes extraños sacados de una película de terror. Sus grandes ojos perseguían cada figura del escenario de su propia calle. Afuera llovía. Las figuran pasaban sin titubeos, como temerosas de que ese agua que les caía de repente encima, les fuera hacer algún daño. Damon de puntillas tras su ventana intentaba ver alguno de esos rostros. Pero esto era muy difícil. Pasaban como fantasmas delante de él, lo único que captaba eran sombreros, paraguas, abrigos de cuello alto que hacían que esos posibles rostros no existieran.

Damon quería salir, correr tras ellos y gritarles que no se asustasen, que el agua era buena para el alma. Su madre no paraba de repetirle que ese líquido puro ayudaba a aliviar las penas. Le repetía la historia de una muchacha que vivía en el campo a la que le encantaban los paseos matutinos bajo una espesa lluvia. Pero Damon pensaba que aquí en la ciudad todo era diferente. Él como espectador veía cómo el agua arrasaba todo a su paso... las figuras desaparecían al instante y a causa de esto, la calle se estaba quedando prácticamente vacía.

Vacío como él. Damon no era un niño corriente. Sus conocidos le explicaban que era un ser maravilloso pero a él esto no le encajaba con la triste sensación de vacío que siempre le atormentaba. 

Pero hoy estaba decidido a que su suerte cambiara. Hoy se iba a armar de valentía e iba a hacer algo que le marcaría para siempre. Se proponía demostrarles a todos que no era el chico delicado y asustadizo al que tenían que cuidar. Él en su soledad había leído mucho, su mente se había llenado de historias fabulosas donde la figura de un niño de su edad era el protagonista. Un protagonista inmune al dolor. Su madre se pasaba el día llenándole la cabeza de historias donde siempre había un final feliz. Y todos esos relatos ocurrían tras esos temidos cristales. De ahí que él quisiera forjarse su propia historia.

Así que sin más, cogió su gran mochila, tomó aire y se precipitó sin más preámbulos directo a la oscuridad de la calle...

La suerte que tuvo Damon no fue del todo afortunada... Los pocos y últimos que vieron a un chico pequeño con grandes ojos vagar feliz bajo la lluvia, comentaron que iba cantando y dando saltos... pero nadie jamás lo encontró. Eso sí... logró crear al final su propia historia. 

Su tío que era escritor le dedicó un libro de cuentos donde él era el único protagonista... un niño, al que según su tío, para alertar a otros chicos, igual que se le inculcó el valor de las aventuras, del mismo modo se le tendría que haber enseñado la maldad y el peligro.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Escribir...

Él me preguntó... ¿por qué escribes? ¿para qué? ¿para quién?

Me quedé un rato callada. Al ver mi mirada ausente, y aprovechándose de ese momento mío de confusión, empezó a soltar un discurso sobre las personas que escribían a través de los blogs.

Ese día no le contesté absolutamente nada...

Escribir para mí es poder darle un sentido a las cosas. Cuando algo se me cruza por la cabeza varias veces al día, sé que voy a terminar expresándolo... debo sacarlo fuera de mí, plasmarlo en un trozo de papel. Sólo de este modo se puede tomar una cierta perspectiva, situarte ante el problema de manera objetiva y tratar de darle un enfoque correcto. No encuentro otra forma. Todo así va fluyendo, me ayuda a lograr saber lo que hay que hacer. Le doy sentido a lo que pasa pudiendo tomar una decisión y pasar página.

Escribir es eliminar cualquier tipo de frontera en la vida. 

Escribir es sumergirme en una experiencia en la que sigo siendo yo misma pero con otras cualidades. Soy lo que quiero ser, reflejo todas mis virtudes y debilito mis defectos. Cuando me siento a escribir no existen palabras como límites, fronteras, imposible, lejano o difícil. Todo es posible dentro de una historia.

Escribir es una forma de poder evadirnos de la realidad, olvidarnos de quiénes somos. 

Escribir es atreverte a darle carpetazo a nuestros miedos y complejos. Estos se disuelven en el texto, quedan encerrados entre dos puntos de un mismo párrafo. 

Escribir es una de las maneras que tenemos para poder mirarnos realmente a la cara, para ver lo que somos. Es como una mirada sincera de frente en un espejo de un cuartito pequeño y acogedor. Se nos revela todo, cuerpo y esencia.. máscara y sustancia.

Escribir para poder recordar, para que nos recuerden, para que no nos olviden, para que permanezcamos en el recuerdo de quien quiera que nos lea. Escribir para compartir nuestros recuerdos, para que dejen de ser sólo nuestros y extrapolarlos a mentes ajenas.

Escribir es reinventarse. No quedarse nunca paralizado, ir dando pasitos poco a poco hasta llegar a la meta deseada. Es, en cada nuevo texto, obtener una personalidad distinta... pasar de ser por un día algo que amamos a algo que aborrecemos.

Escribir es lo que te da la fuerza necesaria para arrollar todo lo malo, para acabar con todo lo que no te gusta, para dejar a un lado los fantasmas, miedos y aprensiones. 

Escribir es hacerse fuerte, es dejar a un lado por un minuto la cobardía y atreverte con todo. Es echarle coraje a la vida. Es como el único sustento con el que cuentas para agarrarte en una noche fría de invierno. 

Escribir tiene el poder de vencer al tiempo, de detenerlo. Tiene poderes curativos de evasión cuando más triste te sientes. Es un arma letal contra el aburrimiento, contra la soledad, contra el desánimo... contra todo lo que en esta vida no merece la pena dedicarle ni dos segundos de nuestro tiempo.

Y sobre todo... escribir es mi puente para acercarte, para que sepas lo que siento, lo que me pasa por la cabeza. Es un modo tan lícito como otro cualquiera de captar tu atención, de que me leas, de que pienses en lo que digo. Es en ocasiones la forma más divertida con la que cuento de enredarte en mis disparates, en mis locuras, en mis sinsentidos. 

Ya sabes mi respuesta... escribir es todo esto.






miércoles, 2 de octubre de 2013

Día raro...

Caminas despacito con la cabeza cabizbaja. 

En realidad no hay nada que te interese más allá de esa altura. Te da pena levantar la mirada y ver tantos rostros grises e idénticos que no te dicen nada. Hoy no tienes fuerzas ni para eso.

Prefieres mantenerla a ras del suelo. Aquí todo aunque anodino es más gratificante. 

Miras tus propios pies mientras recorres a grandes zancadas la distancia existente entre tu casa y el trabajo. Son los dos únicos sitios en los que te sientes tú misma. Es curioso- te dices- la manera que tienes de caminar. Te fijas en los distintos zapatos que lleva la gente con la que te cruzas... algunos con los que te has chocado. Has soltado un leve disculpa y ni siquiera has mirado. Son modelos variados, de distintos colores y modalidades. Unos y otros reflejan una leve pesquisa de lo que podría ser la personalidad del que los dirige. Unos pasan por tu lado pisando fuerte, decididos, directos a su destino. Otros, en cambio, lo hacen dubitativos, sin paso firme, parecen como si temieran pisar muy fuerte y hacerse daño.

Este pensamiento te hace meditar sobre la vida. Sobre todo lo que has pasado, lo que eres y serás muy pronto. 

Hoy es un día desesperante. Parece que nunca has caminado tan deprisa, y sin embargo, tu destino nunca llega. Te sientes como si hubieran depositado en las plantas de tus zapatos unas plantillas de acero. Te cuesta dar los pasos.

Como si todo lo anterior no fuera suficiente... empieza a caer una fina lluvia. Te gusta la lluvia y notas cómo el resto de la gente se aleja o va desapareciendo de tu campo visual hasta caminar completamente sola. A ti no te preocupa esto. 

Por breves momentos te permites cerrar los ojos y que los sonidos conocidos te guíen. Te sientes cómoda aunque pronto te das cuenta que esto es ilusorio. 

El agua resbala por tu pelo hasta llegar a tu cara. Poco a poco tu ropa se va haciendo cada vez más pesada. 

Hoy puede ser un día corriente para cualquier persona del planeta... en cambio para ti no es así. 

Hoy es un día en el que miles de personas corren despavoridas hacia sus casas o hacia algún recóndito cobijo para resguardarse de la lluvia... y tú, tan solo tú... te has quedado parada en medio de una acera, con la mirada perdida en el suelo.

martes, 1 de octubre de 2013

Cuando me siento sola...

Cuando me siento sola...
este cuarto parece diferente
me vuelvo pequeñita, cualquier leve ruido me asusta.

Cuando me siento sola...
me da por examinarlo todo
mi mente estalla en mil ideas, contradictorias y confusas.

Cuando me siento sola...
me entra la dichosa nostalgia
olas de confusión expandiéndose por mi cabeza.

Cuando me siento sola...
rememoro conversaciones absurdas
cosas que nunca te dije, o cosas que debí callarme.

Cuando me siento sola...
no hay quien me soporte
termino por revolverlo todo, no tengo piedad de nadie.

Cuando me siento sola...
soy la niña que siempre amaste
indefensa y asustada, rebelde y contestona.

Cuando me siento sola...
me siento capaz de ser la dueña del mundo
me da por ordenarlo todo, cambiar las cosas de sitio.

Cuando me siento sola...
le cambio el nombre a las cosas
doy nuevas definiciones, me creo una nueva existencia.

Cuando me siento sola...
oleadas de pánico me embargan
escribo poemas a la soledad, sufro delirio por lo que pudo haber sido.

Cuando me siento sola...
la lluvia se torna más dura
son bandadas de cuchillos, que acribillan mi cabeza.

Cuando me siento sola...
el sonido del exterior me molesta
me acurruco en una esquina, me gustaría ir desapareciendo.

Cuando me siento sola...
el ser y el no ser caminan de la mano
espacio y tiempo me atrapan, nada parece que conecta.

Cuando me siento sola...
me observo en el espejo del baño
me gustaría ser más alta, llegar en dos zancadas a tu casa.

Cuando me siento sola...
devoro maravillosos libros
reteniendo en mi memoria, líneas que expulsaré en su momento.

Cuando me siento sola...
me pongo a bailar muy despacito
acurrucando mi cuerpo, pero sintiéndolo muy lejano.

Cuando me siento sola...
digo con fuerza tu nombre
para que allí donde estés, te llegue el eco de mis gritos.




domingo, 28 de julio de 2013

Sin sentido

Tú... siempre tú
con tus manías, con tu esencia
con todo lo que escondes.
Yo... nunca yo
con mis excusas, mis dudas
mi aire de insatisfacción.

Tú y yo... nunca presentes
yo y tú... siempre ausentes.

jueves, 23 de mayo de 2013

Paroxismo

"El orgasmo es un paroxismo; 
la desesperación otro; 
el primero dura un instante, el segundo toda la vida". 
Ciorán. 

¿Quién no ha sufrido una pasión desmedida sobre cualquier cuestión alguna vez en su vida? ¿Quién no ha alcanzado ese límite crucial donde todo lo demás se desvanece y se queda pequeño, magnificándose con ello ese sentimiento o pasión que sentimos, destrozándonos por segundos en diminutas partículas que se dispersan en el éter? 

Como casi todo hoy en día se puede catalogar y definir, nos referiremos a dicho estado como paroxismo. 

Procede de la lengua griega aplicándose a una exageración de algo. Por lo tanto, puede considerarse como una figura retórica que consiste en la exaltación extrema y violenta de una pasión o un sentimiento. 

Hay muchas clases de paroxismo. Algunos bien conocidos por todos nos llevan a la dicha más suprema del placer pero otros al contrario, nos hunden en la desesperación más horrenda. Es curioso cómo ambos ejemplos tan contrarios son resultado de la misma palabra. Supongo que todo el mundo conoce la dicha suprema, el éxtasis, el punto cumbre donde todos los sentidos están a flor de piel. Éste no es el tipo de paroxismo que me interesa tanto.

Cuidado de aquel que no conoce o ha conocido el punto más bajo, el más oscuro, la bajada a los infiernos en que todo te desarma y te hace plantearte las cosas de otra manera. Es tanto el pavor y el miedo de esos momentos que das un giro radical, aunque sólo sea en tu mente para no llegar nunca más a ese sentimiento tan opresor y desgarrador que te aniquila. Puede durar tan sólo pocos segundos pero son unos instantes que marcan para siempre cada uno a su manera. A pesar de estar asociado de igual modo al punto máximo de sufrimiento en una enfermedad yo me refiero, no a una debilidad del cuerpo, si no del alma.

Pero como nunca nada es definitivo, en el momento que se pasa y salimos de ese estado, vemos de nuevo la vida como antes, con un poquito más de precaución, ya que una parte de nosotros nunca olvidará tal estado... pero pronto el ser humano está entrenado por suerte o por desgracia para olvidarse de lo sufrido y vivido y poco a poco va desapareciendo de su mente y sustituyéndolo por sentimientos más agradables.

Se  puede equiparar con sufrir una crisis, pero una crisis es algo continuo en un período de tiempo determinado, y el paroxismo es todo lo contrario. Más bien se parece a un ataque, a una exaltación, un simple arrebato, un frenesí, un delirio o una exacerbación. Minutos después cuando todo pasa nos llega la mejoría, una cierta calma; la moderación. Porque el paroxismo es todo lo contrario a la moderación con que normalmente vivimos y existimos. No se podría estar todo el tiempo del mundo inmersos en un paroxismo porque el ser humano no lo soportaría y porque no existe. Son puntos álgidos de placer o sufrimiento sublimes que para que puedan llegar a existir debe haber antes calma y sosiego. Todo va relacionado. Me gusta enfocarlo como la oposición y la identidad de los contrarios, esa guerra que ya explicó Heráclito que rige el universo; esa continua lucha entre elementos opuestos para que se den sucesivamente los unos y los otros siendo al mismo tiempo idénticos.

Gracias al paroxismo entiendo yo que nazca cualquier tipo de arte. El tener cualquier sentimiento en su punto más intenso provoca que el cúmulo de ideas que se agolpan en la mente pasen de lo meramente emocional a lo artístico a través de la literatura, el cine, la pintura...

Dejando ya de lado el paroxismo extremo tal como se entiende, a lo largo del día a día podemos tener experiencias vitales de paroxismo moderado. Quiero acabar mi relato con un ejemplo al respecto para no acabar con un mal sabor de boca. Hace poco fui a un concierto de un amigo en Madrid y experimenté algo de esto. Su música me llegó tan fuerte y sobre todo una de sus canciones me aportó tanto en un momento que mi estado de ánimo era el propicio para eso, que tuve una experiencia vital maravillosa. Hubo una conjunción de música, voz y letras que al chocar con mi energía en ese mismo instante, produjo una catársis que acabó en llanto puro que te desahoga y te renueva por dentro. Fue toda una experiencia. Mi amiga terminó también llorando y fue como si ambas, unidas por tal sentimiento y energía que compartíamos, llegáramos a un mismo punto de deleite. Ni que decir tiene que montamos el numerito para acabar en lágrimas pero de risa.