domingo, 25 de marzo de 2012

Vivencias...


Dicen que la vida se compone y se nutre de pequeños momentos, de instantes que penetran en la memoria de quien los vive y se eternizan para siempre en algún lugar de nuestra psique. Esos pequeños momentos nos convierten en lo que hoy somos. 

Yo a lo largo de mi existencia he tenido múltiples ocupaciones y trabajos. De muy pequeña me dedicaba a ser narradora de historias, historias que me inventaba. Las palabras llegaban a  raudales a mi cabeza y tal como entraban y tomaban cuerpo salían por mi boca. Ni que decir tienen que eran inventadas, yo las hacía mías y las explicaba como tales. Según ellas, me había pasado de todo, conocía a personas espectaculares y viajaba a lugares recónditos. Mi familia ya me conocía y no se las creía, pero yo las vivía como tales y fui muy feliz hasta que atisbé que nadie me creía. Me acuerdo que era una niña tímida, que hablaba poco, me dedicaba a observar a los que se expresaban a mi alrededor, un ratito a cada uno, me fijaba en sus expresiones, en sus facciones, en la cara que ponían cuando algo les fascinaba o preocupaba. Y cuando  finalmente me atrevía a hablar y a comunicarme y expresaba mis historias, podía por un momento creer que yo era una persona importante que tenía mucha experiencia en mi corta vida. Eran momentos que aún hoy recuerdo. Se fueron perdiendo poco a poco. Mi hermana ya me conocía demasiado bien y me pillaba todas las mentiras y me las desarmaba. Daba igual, me vino bien porque pude entregarme a mi próxima ocupación igual de atrayente.

Luego fui propietaria de un videoclub. Mi prima tenía uno y yo quería ser como ella. Trabajar en uno era lo mejor que me había pasado en la vida. Aconsejar a la gente la peli a elegir, ver la cantidad de historias que había a mi disposición en las que yo podía ser la protagonista durante un breve periodo de tiempo, eran para una niña un sueño hecho realidad. Recuerdo que extendía en mi cama todos los libros que había en mi casa creyéndome que eran películas y jugaba en mi cuarto con mi hermana a que teníamos un videoclub y que nos iba bien como medio de ganarnos la vida.

Después tuve una guardería. Me encantaban los niños, no me cansaba de mirarlos, de estudiarlos y de jugar con ellos. Me pasé parte de mi infancia soñando con que era capaz de cuidarlos, de soñar que a mi lado estaban protegidos y eran felices. Hasta que llegó un día que teniendo en brazos a un pequeño que vivía al lado de mi casa, se me resbaló de los brazos y cayó en un maldito instante al suelo. El resultado fue terrorífico para mí... Al pequeño por suerte sólo le pasó que se le formó un chichón en la cabeza, pero yo toqué fondo... sentí por primera vez el miedo de no poder ver colmados mis sueños, sentí miedo de no poder proteger a nadie. Éste fue el comienzo de que mi instinto de maternidad pasara a un segundo plano.

Más tarde quise dedicarme toda mi vida a la peluquería, al cine, a ser socorrista... en fin, una amalgama de trabajos para mí fascinantes y enriquecedores...

Hace unos años, fui caminante, iba y venía días enteros por caminos de helechos y arbustos, soñaba que conocía toda la fauna y flora a mi alrededor. Era feliz recorriendo todos los pueblecitos con la mochila a mi espalda, respirando el aire de la montaña, bañándome en el riachuelo más próximo. Yo quería vivir en el campo, tener allí hijos y educarlos, que corrieran y crecieran al lado de la madre naturaleza, sin problemas, sin necesidades ficticias materiales que los hicieran unos desgraciados. Mi pareja y yo nos íbamos a vivir a un lugar apartado del ruido y alli seríamos totalmente felices. Nuestra dedicación consistía en estar con la naturaleza y vivir de lo que nos aportara. 

Hoy en día me dedico a la biblioteconomía. Me gusta estar rodeada de libros, de inmensas historias que me atraen y esperan ser recogidas por mi mano algún día para poder disfrutarlas. 

Mañana no se cuál será mi trabajo ni la ocupación de mis días, lo que sí sé es, que si es verdadero que cada uno somos lo que hemos ido acumulando, esos instantes antes mencionados, yo debo ser un batiburrillo de todo esto.

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