la desesperación otro;
el primero dura un instante, el segundo toda la vida".
Ciorán.
¿Quién no ha sufrido una pasión desmedida sobre cualquier cuestión alguna vez en su vida? ¿Quién no ha alcanzado ese límite crucial donde todo lo demás se desvanece y se queda pequeño, magnificándose con ello ese sentimiento o pasión que sentimos, destrozándonos por segundos en diminutas partículas que se dispersan en el éter?
Como casi todo hoy en día se puede catalogar y definir, nos referiremos a dicho estado como paroxismo.
Procede de la lengua griega aplicándose a una exageración de algo. Por lo tanto, puede considerarse como una figura retórica que consiste en la exaltación extrema y violenta de una pasión o un sentimiento.
Hay muchas clases de paroxismo. Algunos bien conocidos por todos nos llevan a la dicha más suprema del placer pero otros al contrario, nos hunden en la desesperación más horrenda. Es curioso cómo ambos ejemplos tan contrarios son resultado de la misma palabra. Supongo que todo el mundo conoce la dicha suprema, el éxtasis, el punto cumbre donde todos los sentidos están a flor de piel. Éste no es el tipo de paroxismo que me interesa tanto.
Cuidado de aquel que no conoce o ha conocido el punto más bajo, el más oscuro, la bajada a los infiernos en que todo te desarma y te hace plantearte las cosas de otra manera. Es tanto el pavor y el miedo de esos momentos que das un giro radical, aunque sólo sea en tu mente para no llegar nunca más a ese sentimiento tan opresor y desgarrador que te aniquila. Puede durar tan sólo pocos segundos pero son unos instantes que marcan para siempre cada uno a su manera. A pesar de estar asociado de igual modo al punto máximo de sufrimiento en una enfermedad yo me refiero, no a una debilidad del cuerpo, si no del alma.
Pero como nunca nada es definitivo, en el momento que se pasa y salimos de ese estado, vemos de nuevo la vida como antes, con un poquito más de precaución, ya que una parte de nosotros nunca olvidará tal estado... pero pronto el ser humano está entrenado por suerte o por desgracia para olvidarse de lo sufrido y vivido y poco a poco va desapareciendo de su mente y sustituyéndolo por sentimientos más agradables.
Se puede equiparar con sufrir una crisis, pero una crisis es algo continuo en un período de tiempo determinado, y el paroxismo es todo lo contrario. Más bien se parece a un ataque, a una exaltación, un simple arrebato, un frenesí, un delirio o una exacerbación. Minutos después cuando todo pasa nos llega la mejoría, una cierta calma; la moderación. Porque el paroxismo es todo lo contrario a la moderación con que normalmente vivimos y existimos. No se podría estar todo el tiempo del mundo inmersos en un paroxismo porque el ser humano no lo soportaría y porque no existe. Son puntos álgidos de placer o sufrimiento sublimes que para que puedan llegar a existir debe haber antes calma y sosiego. Todo va relacionado. Me gusta enfocarlo como la oposición y la identidad de los contrarios, esa guerra que ya explicó Heráclito que rige el universo; esa continua lucha entre elementos opuestos para que se den sucesivamente los unos y los otros siendo al mismo tiempo idénticos.
Gracias al paroxismo entiendo yo que nazca cualquier tipo de arte. El tener cualquier sentimiento en su punto más intenso provoca que el cúmulo de ideas que se agolpan en la mente pasen de lo meramente emocional a lo artístico a través de la literatura, el cine, la pintura...
Dejando ya de lado el paroxismo extremo tal como se entiende, a lo largo del día a día podemos tener experiencias vitales de paroxismo moderado. Quiero acabar mi relato con un ejemplo al respecto para no acabar con un mal sabor de boca. Hace poco fui a un concierto de un amigo en Madrid y experimenté algo de esto. Su música me llegó tan fuerte y sobre todo una de sus canciones me aportó tanto en un momento que mi estado de ánimo era el propicio para eso, que tuve una experiencia vital maravillosa. Hubo una conjunción de música, voz y letras que al chocar con mi energía en ese mismo instante, produjo una catársis que acabó en llanto puro que te desahoga y te renueva por dentro. Fue toda una experiencia. Mi amiga terminó también llorando y fue como si ambas, unidas por tal sentimiento y energía que compartíamos, llegáramos a un mismo punto de deleite. Ni que decir tiene que montamos el numerito para acabar en lágrimas pero de risa.